Para tí Pedro, hoy que partes....
Gracias por compartirla y hacerla tan disfrutable a través de tu voz.
Parte con alegría, Gracias Eternas.
ROMANCE DEL
FEO
(Rafael De León
) – Poetas andaluces
Ya se me
olvidaba, amigos,
que ayer
prometí contaros
los motivos y
razones
de por qué soy
Legionario.
Mientras leía
esta carta,
los estaba
recordando.
Yo era el
chaval más humilde,
más bueno y más
«desgraciao»
que se inscribe
en los Padrones
de la Cabecera
al rastro.
Y aunque mi
madre era guapa,
según los que
la trataron,
mi padre fue
por lo visto,
de un feo tan
exaltado,
que se miró en
un espejo
y, al verse,
palmó en el acto.
Y esta cara fue
la herencia
que mis papás
me dejaron:
moreno-verde-aceituna,
pelos tiesos,
chiquitajo.
Nadie me
llamaba Antonio,
que es así como
me llamo,
sino «El Feo».
Con el nombre
de «el Feo» me
bautizaron.
Las comadres
que llevaban
a su retoño en
brazos diciendo:
«rey del mundo,
tesoro,
mi cielo, mi
encanto».
Yo jamás supe
lo que era,
ni de limosna,
un halago.
De pequeño, me
vengaba
de los chavales
del barrio:
«pata's» en las
espinillas,
mohicones,
cascotazos,
¡que a éste le
quito la gorra!,
¡que tumbo a
aquel otro en el fango!
¡Que polvos de
pica-pica
por el «cogote»
a «puñaos»!
Y al que pesco
en una fuente,
le empujo, y al
agua patos.
De «el feo»
todos decían
que era de la
piel del diablo,
y «el feo»
todas las noches
se adormilaba
llorando.
Y al fin le
salió la barba;
allá va mocito
«honrao»
que sabe
ganarse a pulso
la vida con su
trabajo.
Le siguen
llamando «el feo»;
¡qué más da, si
al fin y al cabo
los hombres
pueden ser hombres
aunque no estén
ondulados!
¿De novias?,
¿con mi carita?,
«pa'» que iba a
meterme en gastos;
le digo a
cualquiera ¡mira!
y al verme le
da un colapso.
Pero el sino se
presenta
cuando menos lo
esperamos;
un chaval que
lo bautizan
a escote los de
mi patio,
una madre, que
en los ojos
lleva escrito
el desengaño.
Yo, que me
muero de pena,
que me doy tres
latigazos,
que se me
olvide mi rostro,
que me acerco
al «cristianao»,
y en una copla,
a la madre,
mi corazón le
regalo:
con esa flor de
tu rama,
voy a hacer una
caridad,
yo tengo cuatro
apellidos,
los cuatro le
voy a dar,
como si fuera
hijo mío.
Y lo cumplí, a
los tres meses
yo era ya un
hombre casado
con una mujer
bonita,
noble, leal y
de buen trato,
y con un chaval
que en el alma
yo me lo puse a
caballo.
Los que me
llamaban feo
me lo siguieron
llamando,
y con razón,
pero ella nunca
puso tal nombre
en sus labios
y yo, se lo
agradecía.
Y así vivimos
tres años
sin ella
decirme «el feo»
ni yo
recordarle el pasado.
Recuerdo que
fue un domingo...
Yo tenía al
niño en brazos
cuando una
sombra en la puerta
preguntó:
«¿Está la Rosario?»
«Está para mí,
-le dije-
que pa' usted
ya la enterraron».
«Pues vengo a
resucitarla
y a llevarme
ese macaco,
porque lo feo
se pega
y usted lo es
un rato largo».
No dijo más, ni
un suspiro,
cayó como cae
un árbol
cuando lo
siegan de golpe
los cien
cuchillos de un rayo.
Pero ella, sí que
dijo,
viendo en
tierra aquel guiñapo,
me lo dijo sin
palabras,
me miró de
arriba abajo
de una manera
tan fina,
diciéndomelo
tan claro
que nunca pensé
que un mote
pudiera hacer
tanto daño.
Los jueces
dijeron: «¡libre!»
Yo respondí:
«¡condenado!
¿A quién vuelvo
yo mis ojos?
¿Dónde encamino
mis pasos?»
y la Bandera de
España
me contestó: «A
mí, muchacho,
que yo voy a
ser tu madre,
te daré gloria
y amparo
y te enseñaré
el secreto
de andar con la
frente en alto,
te haré novio
de la muerte,
que es la novia
de los guapos».
Y aquí estoy
con esta carta,
que hoy ha
llegado a mis manos,
donde un
chiquillo me dice:
«Papá, tengo tu
retrato,
me gusta mucho
que seas
Caballero
Legionario,
porque con ese
uniforme:
¡Mecáchis que
si estás guapo!»