Foto: Photos of La Anarquía
Anarquilandia:
hacia el país de la anarquía
Recientemente
escuché en algún medio, que la inseguridad no solo se refería a los delitos del
crimen organizado y todo lo que conlleva, sino también incluía la inseguridad
doméstica: los asaltos, los secuestros y los robos a la propiedad privada. Solo
cuando las estadísticas te alcanzan en forma directa es que tomas conciencia de
ellas.
Hace un par
de años, a un amigo le robaron su camioneta nueva, producto de trabajo y
esfuerzo y no pudo hacer nada porque sencillamente, a “unos delincuentes” les
gustó su camioneta y decidieron llevársela. Después de un proceso largo de
denuncias, declaraciones y demás trámites en la procuraduría y otros organismos
que se supone están dedicados a resolver
estos casos, encontrar a los culpables y
finalmente darles su merecido. Se quedó solo en eso, en un montón de papeles y
trámites. En aquel entonces, él confiaba
en que la investigación y las autoridades iban a hacer algo. No pasó nada.
El día de
ayer volvió a pasar, unos vecinos fueron víctima de la delincuencia doméstica
si es que el término existe y fueron robados por un par de delincuentes, de
buen ver, esto dicen los vecinos.
El robo ocurrió
a plena luz del día, aprovechando que era el día de las madres y es bien sabido
que muchas madres suelen salir este día.
Encontraron el momento ideal para entrar a la casa, invadir y robar lo
que más les convenía: joyas y dinero. Los aparatos eléctricos pesan y son difíciles de mover y disimular. La casa
fue totalmente volteada y saqueada de los tesoros de estas personas.
Cosas materiales,
quizás no de un gran valor económico ¿o si? Pero el despojo y la manera en que
todos los cajones, y cosas fueron arrojados al piso, movidos por el dinamo de
la prisa y de la indiferencia, denota el grado de salvajismo de estos seres. Lo
robado quizás solo les dé unos cuantos miles, en alguna casa de empeño o peor aún
con los compradores de oro por gramaje sin escrúpulos.
Ayer decía
la señora --Las cosas como sea, es el
sentimiento de que te han despojado, de que alguien entró a tu intimidad y sin
ningún cuidado te quitó “lo tuyo”, sé que las cosas materiales no son
importantes--… pero mi afirmación
apunta a decir que sí son importantes, cómo
tasas un anillo de compromiso guardado por más de 50 años, que ya no se usa,
porque los dedos engrosaron con el trabajo de ama de casa y el cuidado de una
familia a través de los años, qué precio tiene un juego de aretes que te dió tu
padre con gran cariño cuando eras una adolescente, hoy desaparecido ya hace muchas décadas y
solo te queda su recuerdo, cómo devuelves aquellos relojes comprados con tanto
esfuerzo y guardados porque ya no se usan, porque eres un jubilado y ya no hay
donde lucirlos, pero que por ser de oro
se vuelven atractivos para un delincuente.
Cómo
cotizas “todas las chucherías” que haz
guardado, porque son regalo del esposo, de los padres, de los hijos, de los
nietos, de los amigos y vecinos, ¿Cómo cotizas esto, qué precio le pones?
El gramaje
de oro en el mercado del empeño, quizás paga 100 pesos por gramo de oro de 14k,
no lo sé. No hay cotizador, ni precio para el ultraje, para la vejación.
Son cosas,
es cierto, pero ¿Por qué alguien maligno y quiero llamarlos así, irrumpe en una
casa a hacer esto?
Los
delincuentes, según palabras de los vecinos han estado “robando “en la zona,
parecen muchachos bien, ya que andan vestidos con buena ropa, no se ven
malencarados, ¿Es que acaso se necesita ser feo para ser delincuente? Pero así
son los prejuicios, aprovechando de su buen tipo se dedican a robar, quizás
sean oriundos de esa colonia de clase media, o quizás sean uno más de esos
“ninis”, con mil justificaciones por no tener trabajo, ni estudiar, o quizás
son drogaditos, y quieren dinero fácil para su consumo de drogas ,que por
supuesto no han de ser “monas de tonsol”, o simplemente les gusta el mal, como
aquellos perversos muchachos en “Funny Games” de Haneke, que solo hacían el mal
por diversión.
La segunda
parte de la historia, comienza cuando se les pregunta a los señores si quieren
avisar a la policía, después de mucha conversación la respuesta fue --No, para qué, otros vecinos han avisado y no
han hecho nada, y como sé qué ellos (la policía) no están coludidos, cómo voy a
dejar entrar en mi casa a unos policías a ver que se robaron y como la dejaron,
para que conozcan el caminito y que tal que sean ellos mismos.--
Ante tales argumentos,
no sin el dolor de sentirse demasiado vulnerables y desprotegidos, decidieron
no denunciar, asegurar la casa y comprar alarmas y candados para que por lo menos la irrupción de un
malviviente no sea tan fácil.
Después de
mucho reflexionar, me quedé pensando, cómo es posible que hayamos caído en
semejante estado de anarquía, donde el respeto y credibilidad de las
instituciones de poder y bienestar público ya no existe, donde el ciudadano
común desconfía de las autoridades y de la policía.
Donde,
cuando vas caminando por la noche y ves una patrulla, en vez de sentirte
segura, te cruzas a la acera de enfrente, por miedo a que los policías te hagan
algo.
¿Cómo hemos
caído en este estado, somos responsables los ciudadanos? Cuando cada mes puntualmente contribuyes al
bienestar social y al mantenimiento de estas instituciones con el pago de tus
impuestos, por qué los impuestos que pagamos no pueden garantizarnos seguridad
y confianza, pero más allá, certeza de que vivimos en una sociedad regida por
la ley y no todo lo contrario.
Si piensas
en modelos a escala, no es difícil imaginar el dolor y traumas que deben producir
en el individuo, actos delictivos de mayor crueldad y salvajismo, tales como el
secuestro, el asesinato, las desapariciones, la trata de blancas, el abuso de
niños, ¿Cómo se le hace para superar esto, hay alguna fórmula?
En tiempos
actuales, tan de moda por las campañas políticas en curso, se oyen mil y una
propuestas de muchos colores y sabores, pero cuál candidato aboga o propone un
modelo de confianza ciudadana, de credibilidad en las instituciones, de retorno
al país del orden, del respeto social y admiración del organismo del estado.
Es que eternamente
seguiremos habitando el nuevo país de anarquía que existe hoy.
La tercera
parte es igual de fuerte, en un sistema de desconfianza total qué sigue: El
individuo haciendo justicia por su propia mano, sin ningún respeto por las
leyes o la justicia. La vieja Ley del Oeste, si me dañas, te daño. ¿Se vale
impartir justicia personalmente? No estamos muy lejos de este panorama.
Solo me
queda la esperanza de que nuestra supervivencia y resiliencia sea suficiente
para seguir engendrando confianza en esta nueva región de Anarquilandia.
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